martes, 7 de junio de 2011

De dioses y endiosados, del lobo y la abuelita.

Hace ya bastante tiempo que me a costumbre, a ver al lobo disfrazado de abuelita, a ver gente que te trata como amigo, y que apenas esperan a que no estés para quitarse el disfraz.
Hace ya bastante tiempo que me acostumbre, a caminar entre dioses y endiosados, a caminar entre aquellos que piensan que la humildad es un rasgo excelente de la personalidad, siempre y cuando no sean ellos quienes deban ejercerlo.

De cuando en cuando recuerdo aquello que decían, “Cuídame Señor de mis amigos, que de mis enemigos ya me cuido yo.”. Que cierto es.
De esos endiosados, a quienes se ve desde lejos, no hace falta protegerse, basta con evitarles y dejarles pasar de largo. El peligro nos viene de sus esbirros, lacayos que no hablan por boca propia sino por la de su señor, y que disfrazados de abuelita intentan convencerte de que hay que ver las cosas por sus ojos, o estarás equivocado, de que las cosas son como ellos dicen o no son, de que estas con ellos o contra ellos.
Como jaurías siguen a su amo, intentando morder a todo aquel que se cruza en su camino para convertirle en uno más de su manada.

Se podría plantear la duda, ¿tendrán razón y yo estoy equivocado?, pero al final te das cuenta de que hay una cosa que les falta, una cosa que no tienen y que hace a cada persona especial, y es la conciencia de sí mismo.
Así, quien siembra vientos contra mí, no recogerá tempestades, solo desdén. Se me pasaron los tiempos en que me cabreaba por cosas así, y me di cuenta de que enfadarse es darle importancia a cosas que no la merecen.
Prefiero caminar con la gente que realmente me aprecia, gente a la que yo también aprecio, y no delante ni detrás de ellos, sino a su lado. No quiero ser más que nadie, pero lo que seguro que no soy es menos que cualquiera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario